Me pregunto: ¿Cómo Dios construye su
santidad en nuestro pecado? Es precisamente cuando nos damos cuenta que “no son
los sanos los que necesitan de un médico” cuando también, en nuestra enfermedad
del pecado nos sentimos visitados y sanados por Jesús. ¿Qué quedará entonces
para personas más enfermas que nosotros mismos? Pues nuestra oración y
acercamiento: Cristo no se juntaba con los justos, sino con prostitutas y
pecadores, porque él había venido a pescar esas almas en medio del mar y de la
tempestad.
Mi alma ansía al Dios de la vida,
quiere beber de sus aguas cristalinas, y advierte que por si misma no es capaz
de nada. Pero el cómo de Dios en nuestra alma me doy cuenta, no nos pertenece,
solo podemos “dejarlo hacer” y no estorbar con nuestro egoísmo o pedantería
espiritual que a veces expresamos en sentencias dignas de rechazo por parte de
nuestro Dios porque en el fondo quienes nos conocemos sabemos que no podemos
decir nada bueno o malo acerca de alguien, ni formular ningún juicio con
autoridad.
“No
juzgar” ni juzgar a los que juzgan, solamente tener temor de Dios, amarle,
acercarnos a Él y pedirle que aparte su vista de nuestro pecado y que mire
nuestra fe. Ciertamente a la manera de San Pablo podemos experimentar su fuerza
en medio de nuestros pecados, y pedir a la Virgen que “ruegue por nosotros” y
así sumergidos en su fe invencible creer también nosotros que la santidad es
posible a pesar de nuestros pecados.

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